jueves, 20 de diciembre de 2012

Chen Kaige el señor del META

Las reflexiones más difíciles y profundas son aquellas que se hacen sobre uno mismo. No siempre es fácil ser consciente de lo que significa nuestra propia estela y son pocos los valientes que se atreven a indagar en ella, más aún, presentarla ante el público. 

El Palau de les Arts de Valencia tuvo la osadía de contratar a Chen Kaige como director de escena de la gran ópera "Turandot", que acompañado de Liu King, subieron a escena una tradicional reflexión china: ¿hasta dónde la actuación y desde dónde la vida?, el meta-teatro. El teatrillo que el director subió a escena hablaba justamente de esta idea, de la teatralidad de la vida. Rompía con la magia de la representación como la mosca de Dreyer, recordándonos que la princesa Turandot sólo existe en la imaginación de Puccini. Que incluso su vida en la obra es de cartón piedra, que ella también siente y piensa. 



Pero no nos confundamos, ni fue "Turandot" quien dio fama a Chen Kaige, ni ésta era la primera obra meta del autor. "Adiós a mi concubina" fue su obra maestra, película ganadora de ocho premios internacionales (como la Palma de Cannes) y nominada a dos Óscars, entre ellos a la mejor película de habla no inglesa.  

El largometraje reflexiona sobre el sacrificio que supone la vida por y para la ópera. La obsesión del protagonista, Douzi (Leslie Cheung), le lleva casi a la locura llegando a hacerle dudar de cuál es su naturaleza ¿Nació en su infancia o sólo existió a partir de ser actor y cantante de ópera? ¿Hasta dónde el drama y desde dónde la vida? ¿Hay que dar gracias a los sacrificios humanos por el bien de la Ópera de Pekín o hay que evitar la vida en semi-esclavitud aunque esto nos impida disfrutar de la más bella de las representaciones?




Chen Kaige se atreve a afrontar el tema sin tapujos y ni siquiera él llega a una conclusión concreta. Es quizá esta ambigüedad la que carga la película de una belleza casi mística. 

Además de la reflexión, Chen Kaige nos regala una escenografía impresionante y escenas que casi podrían ser lienzos en sí mismas. Como la llegada del director de la compañía al teatro donde le esperan los ciudadanos alineados en oblicuo, multiplicando el espacio y acentuando la profundidad de la escena. Asimismo, se utilizan imágenes de tonos cálidos, que recuerdan a los filtros de colores del cine mudo. El verde del "Golem" es, en la película de Kaige, un asfixiante rojo que nos envuelven y transporta al interior de un burdel anterior a la invasión japonesa. Ahora bien, los dos momentos que yo destacaría por su carga conceptual son: la escena en que se ve la sombra de Douzi al otro lado de una pared de papel cuando canta ante los japoneses, de los que conocemos su nacionalidad y profesión gracias a las botas militares que esperan en la puerta tal y como marca la tradición oriental. Y el segundo, una vez ha triunfado el comunismo en China, se muestran un camerino lleno de actores, cada uno pintándose ante un espejo. Son personas anónimas, sombras repetitivas y mecanizadas que nos hacen ver el cambio social sin necesidad de palabras, el triunfo del proletariado y la masificación. Se acabó de un plumazo con la delicadeza de la concubina pintando a su rey, en favor de la masa. 





  

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